Vivienda y Medio ambiente. Por Alfredo Almaraz Garduño



El acelerado crecimiento de la población y el desarrollo tecnológico de nuestras sociedades, demandan tal cantidad de recursos naturales que se está provocando un declive en la calidad y capacidad del planeta para sustentar la vida. Hoy es común observar cómo se incorporan más terrenos agrícolas a las ciudades mediante desarrollos habitacionales; provocando con ello,  la explotación de otros ecosistemas para satisfacer las necesidades de estos nuevos núcleos urbanos. Ante esta situación es necesario modificar el enfoque antropocéntrico que beneficia al ser humano en detrimento del medio ambiente.

Es imperativo equilibrar las necesidades humanas y la capacidad de carga medioambiental del planeta; es decir, que los efectos de las actividades humanas se mantengan dentro de los límites adecuados para evitar la destrucción de la diversidad y la complejidad de los ecosistemas que soportan la vida. Para ello es necesario entender en primer término, que muchas de nuestras necesidades y actividades afectan al medio ambiente por más elementales que éstas nos parezcan.

A lo largo de la historia, la vivienda ha sido una necesidad básica que ha modificado al medio ambiente natural. Para satisfacer la necesidad de techo, el ser humano ha modificado su hábitat, creando espacios muy rudimentarios hasta los grandes desarrollos habitacionales que se construyen en la actualidad. Sin bien el tipo de vivienda que generan las sociedades es reflejo de las formas de habitar y la cultura de los pobladores de una localidad, los procesos de industrialización de materiales y las técnicas constructivas modernas han modificado las formas de hacer vivienda, en muchos casos se ha  privilegiado al capital inmobiliario por encima de las necesidades específicas de los usuarios, dando como resultado extensas zonas habitacionales con “prototipos estándar”, que nada tienen que ver el medio ambiente donde se implantan, ni con las formas de vida de sus compradores.

Nos hemos alejado de la forma tradicional de hacer vivienda que consideraba en su construcción una serie de factores sociales, culturales y de tradiciones constructivas adecuadas al medio ambiente, logrando con ello –aunque de forma empírica– equilibrio entre el medio ambiente natural y el medio ambiente construido; es decir el equilibrio entre la naturaleza y la vivienda. De los saberes tradicionales para construir, que deberíamos rescatar desde el inicio del proceso constructivo o de transformación de la vivienda, están la orientación y el asoleamiento, que en buena medida inciden en las condiciones de confort térmico y lumínico al interior de la vivienda, además de ayudar a reducir su consumo energético.

Asimismo, es de gran importancia considerar en el diseño, las características ambientales del emplazamiento, ya que conocer las cualidades ambientales del lugar nos permitirán hacer una elección más adecuada de los materiales y técnicas constructivas que nos garanticen un mejor confort térmico, acústico y lumínico, sin necesidad de consumir combustibles fósiles o materiales que requieran importantes cantidades de contaminantes en su elaboración. Captar energía solar, reciclar agua y los desechos producidos en la vivienda, nos permitiría aminorar el impacto de su funcionamiento en el medio ambiente, de esta formal las viviendas dejarían de ser únicamente consumadoras y podrían ser productoras de su propia energía mediante el uso de paneles fotovoltaicos, de su propia fuente de enfriamiento a través del uso del viento; y productora de sus alimentos con huertos en los espacios exteriores o azoteas.

Indudablemente el uso de ecotecnias representan una herramienta para hacer más “amigable” nuestro habitar con la naturaleza, sin embargo, es necesario un cambio profundo de mentalidad por parte de los usuarios. Se trata de hacer mucho por nuestros ecosistemas, de forma activa y consciente; en ese sentido el arquitecto puede jugar un papel relevante para alcanzar el equilibro entre el ser humano, sus actividades, su vivienda y el medio ambiente.

Febrero, 2013

Mérida 2013 (2), Gran Museo del Mundo Maya. Por Alejandro Ochoa Vega



Al finalizar 2012 y el sexenio del gobierno estatal, se inauguró el Gran Museo del Mundo Maya de Mérida, realizado bajo proyecto de los arquitectos yucatecos, Enrique Duarte Aznar, Josefina Rivas Acevedo, Ricardo Combaluzier Medina y William Ramírez Pizarro. Decisión oficial que aunque tuviera sentido tener un recinto de dimensiones importantes, para una de nuestras grandes culturas prehispánicas, como es la Maya, la primera contradicción es partir sin colección propia, y tener que acudir a la del Museo Regional de Antropología e Historia, en el viejo Palacio Cantón. La ubicación, al norte de la ciudad, hacía la salida a Puerto Progreso, es un sector de servicios con diversos centros comerciales a gran escala y el de Convenciones Siglo XXI, el cual ahora tiene a este nuevo edificio cultural como vecino. El terreno, un rectángulo alargado, tuvo sus complicaciones para el proyecto, obligando a un partido arquitectónico en sentido longitudinal. Lo primero que llama la atención es una gran escalinata por donde se llega a la plaza de acceso, con algunas bancas y árboles dispersos, y con la enorme “ceiba” como remate. Dicho elemento, metáfora de una de las especies más características de la región, es por mucho lo que más distingue a museo en su entorno.

La alta tecnología expresada en la arquitectura a través de grandes estructuras metálicas, ha estado en boga por lo menos desde hace 35 años, con el Centro Cultural Pompidou de París, como uno de los referentes significativos. Dicha tendencia ha tenido escaso impacto en nuestro país, salvo algunas obras de Enrique Norten o Alberto Kalach entre otros. La “ceiba” de este nuevo museo yucateco, se pretendía apoyar en un solo elemento central, el “tronco”, a la vez núcleo de elevadores y escaleras, sin embargo no fue suficiente y se agregaron otros. Su impacto en el espacio, que es el vestíbulo, una cafetería en primer piso y pasillos perimetrales, es menor porque el mencionado “tronco” requirió un espesor grande, lo cual obstruye de alguna manera la posible sensación de una escala espectacular. Sorprende la cantidad de acero utilizado, para un resultado pobre en el espacio y poco novedosa en la forma. En la parte funcional, a la mitad de la gran caja alargada se encuentra un vestíbulo con las taquillas y desde ahí se recorren las salas permanentes y temporales. Otros cuerpos, son los de un restaurante, tienda, sanitarios y relaciones públicas. En suma, un proyecto de carácter político, de alcances regionales, oneroso, y con una propuesta arquitectónica contradictoria.

Al finalizar, a raíz de este nuevo encuentro con la ciudad de Mérida se quedan diversas sensaciones encontradas, por un lado el gusto de ver una ciudad vital, que cuida su patrimonio histórico, pero a la vez en su arquitectura contemporánea se observan tanto hallazgos y búsquedas de interés, como excesos y limitaciones. De la alegría en su música, de la delicia de su comida y de la amabilidad de su gente, Mérida ofrece al visitante múltiples atractivos, por lo que es un punto obligado, tanto para el público en general como para los arquitectos. Estimado lector, no deje de considerarla como destino próximo.

Febrero, 2013